Gustavo Silva, la sonrisa del poema, el humor y el amor

Portada del libro de edición digital.

 

Gustavo Silva, la sonrisa del poema, el humor y el amor

 

Por Alba Murúa

 

 

Estuve leyendo el nuevo libro de Gustavo Silva, Una mujer roja y un silbido a lo lejos.

Y encuentro plenamente al poeta entrañable en estos versos: cierta melancolía tanguera que sobrevuela mucho de su poética (por ejemplo, en Milonga Triste o blues de la isla Maciel), el humor más abierto o más sutil, las ironías. Como me dijo una vez el autor, se divierte al pergeñar poemas, pero también asombra con inesperadas imágenes y metáforas de profusa inspiración. Y en cuanto a temáticas, encontramos denuncias, homenajes, las pérdidas y, por supuesto, el amor,  siempre el amor.

 

Les dejo unas palabras que escribí para el libro que editó el año pasado,   y les cuento que pueden conseguir gratuitamente ambos poemarios en su formato electrónico. Sólo tienen que ponerse en contacto con Gustavo mediante su cuenta de Facebook.

El autor con una de sus obras.

 

Un canto singular, la dulce faena de una voz melancólica

 

Vestigios, resquicios y desquicios de una historia nos pone desde su título en una disyuntiva propia del poeta que nos convoca: la resolución dionisíaca, la burla más o menos sutil, la melancolía desafiada por floridos versos.

En esta nueva obra, Gustavo Silva, retoma varios de sus motivos líricos: el pasado, la nostalgia, el amor.

El poeta observa a su alrededor y no encuentra nada que no pueda incluir en su creación, desde la fina ironía hasta el humor más abierto.

Pero si observamos un poco más, hay también un desasosiego del desencuentro, de los frustrados recursos de la seducción que no funcionan como se espera o como proclama la publicidad.

Y hay una historia, sin dudas. Los vestigios, ¿serán los del llanto?… Así parece al menos, en algunos poemas y en el motivo del corazón roto:

 

…podrían pasar/ por dos planetas desencontrados/ fácilmente/ por un par de bolitas de naftalina/ y lloran… “Identikit”

 

A las cinco en punto al ritmo del Big Ben/ desbordan por el enrojecido lagrimal/ del pobre animal/los siete mares del mundo… “Lágrimas de cocodrilo”

 

¿Por dónde andará tu corazón?/¿Falta mucho para que venga?… “Boceto cardiopático”.

 

Los resquicios son también lo no dicho, los desencuentros. En “Desamar”, por ejemplo:

… queda alguna esquirla aturdida/ de su perfume/ un destrozo en el aire a su voz…

 

Los desquicios son también paréntesis, juegos cuasi conceptistas u homenajes al que partió. A veces crecen alas en el poema;  otras, se quiebran.

Y, por si nos gana la tristeza, observamos al chimpancé de la tapa y su clamor de Más peligroso que mono con navaja, cómo no sonreír entonces.

Sin embargo, hay un rumor que corroe las sonrisas: Habrá de doler/ más de la cuenta este cielo… (“Poema aéreo”).

En fin, que brilla Gustavo Silva en esta breve muestra, nueva entrega de su arte, brilla y derrama colores,…aunque esta historia sea en blanco y negro… (“Preludio de primavera”)

 

Alba Murúa

 

Algunos poemas de Una mujer roja y un silbido a lo lejos:

 

DANA NUNCA PINTÓ LA LLUVIA

 

Dana nunca pintó la lluvia

desfilaron eso si

entre sus manos y ojos

una infinidad de animales

aleteos nocturnos de fiebre en furia

un variado tropel de luces

contra el submundo de la siesta

un arremolinarse de escaleras

y palabras fugitivas

hacia el hueco del viento

pero… nunca

nunca la lluvia

 

posiblemente alguna vez

a media luz en la certeza,

la audacia de un ángel

empapado hasta el alma y las alas

de precarias nostalgias de un cielo

 

pero la lluvia no entiende

esas cuestiones de posar sonriendo

nunca se queda quieta

repica y replica acariciando

y salpica provocando en vano

y nos sueña desbordada en llanto

 

por eso mismo Dana nunca retrató la lluvia

siempre volátil y compleja

en ese envejecer de a poco,

bajo la luz de la misma esquina

con su rezo en desabrazos y quebrantos

 

la misma lluvia

cantando pasajera

trastocando un recuerdo

la misma lluvia desafinando y desafiando

la misma lluvia en otra historia

imitando sin voz y vos

esa la sed que va desvaratando

descascarando

despintando la luz de un regreso

y ninguna lluvia

 

siempre una pincelada herida

contra un cielo caído por decorado

el patio de baldosas ciegas

y un vuelo en círculo de gorriones crucificados

lejos de luz y de voz en resucitar la tarde

 

por eso Dana nunca habrá de pintar la lluvia

a escondidas guarda para tiempos sin tiempo

y noches intransitables

un retazo de arcoiris

para zamarrear hasta hacer lloriquear

de brillos al sol.

 

 

ÚLTIMA

 

Voy a escribirte esta noche

amor mío

esta noche que será la última

los ojos cuarteados de naufragarte,

las palabras rabiosas por ser jauría

esta noche será la última

un malestar de palomas percutiendo en do sostenido

de observarte y maldiciendo que apenas seas bruma

y nada más que eso

bruma

insipida de nada ni trazo de recuerdo

esta noche será la última

quiero que me entiendas,

sera la última vez que te escribo

nadie se dará por enterado

asesinaremos todos los vestigios

invocaremos al fantasma y a la gárgola

esta noche será la ultima

si hasta las piedras pudren el aire

si hasta el cartílago de la estrella más lejana

peca de insomnio para que no haya otra noche

voy a escribirte esta noche

amor mío

de una vez por todas la última

guiarás mi mano y en salto mortal

acariciaremos la bestia

una palabra tuya

bastará para devorarnos.

 

 

TRINCHERA

 

El corcoveo de esas estrellas

en el cielo negro

puede ser un pecho

luminoso e iracundo

que flamea

 

una bandera

con jirones en borrasca

o simplemente

mi ojo tan estremecido

que aún sostiene

que la lucha sigue en pie

y sin tregua

 

y que yo

no me estoy muriendo,

no

 

apenas

pudriéndome de viejo

demasiado solo

y acribillado de sueños

que no se rinden

demasiado solo

en esta trinchera.

 

Gustavo Silva.

 

Gustavo Silva nació en Buenos Aires en 1960. Es diseñador gráfico. Durante el período 1977-1984 participó como coeditor de la publicaciones Cordón Umbilical, Merlina y Antimitomanía. Dibujó en diversas revistas alternativas de aquellos años.

Como poeta publicó: Papelespacio (1978), Reflejos Nocturnos (1981), El riesgo al infarto de miocardio debido a la prolongada contemplación de la lluvia (1995) y las plaquetas: Uh! (1996), Little red rooster Blues (1996), Un viejo, muy viejo colgado de una guirnalda (1997), Un agrio perfume a sirenas (1997), Crónicas del último cielo (1998), Pequeña antología de las peores serenatas (1999), Aquella mañana en que fusilaron a Mata Hari (2001).

En 2010 participó en la antología Poesía y Poetizar.

En 2012 publica el poemario Milonga triste o blues de la isla Maciel (79 poemas y un esperpento).

En 2020, Vestigios, resquicios y desquicios de una historia.

 

Para comunicarse con el autor:

https://www.facebook.com/gustavo.silva.946954

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Chascomús y después

Laguna de Chascomús
Fotografía: Simón Esain

 

Y sigo viajando. A mi manera, claro, ya que apenas fui hasta la esquina durante 2020 y lo que va de 2021.* De modo que me invento otras formas: en lugar de tren, ómnibus o aviones; sueños, recorridos virtuales y libros.
En este caso, me refiero a uno de los últimos poemarios de Simón Esain.* Y alguito que estuve escribiendo al respecto.

Yo no conozco a Simón más que por las redes. Nos vimos una sola vez fugazmente en el desaparecido Mordisquito* durante una de las ediciones del precioso ciclo de poesía “Al filo”, coordinado por Gabriela Yocco y Daniel Castelao. Lo sigo en Facebook porque me encanta ver los productos de su huerta y las maravillosas fotos que sube, muchas de atardeceres en la laguna. Tampoco conozco Chascomús*, donde Simón está radicado desde hace varias décadas (ya sé, ya sé, Murúa no conoce nada, estarán pensando. Y no están lejos de la verdad…)

Para mí, Chascomús era más o menos la mitad del interminable viaje en el Renault Gordini de mi padre en la infancia. Cuando la Ruta 2 era angosta y los fititos* entreabrían el motor con un palo de escoba porque recalentaban demasiado. Por ahí cerca tomé uno de los café con leche más ricos de mi vida, con medialunas recién hechas. Era, además, el campo y sus misterios. Pero mi corazón de niña añoraba el mar, aun antes de conocerlo, y mucho, muchísimo después. Así que Chascomús no me decía nada, sólo una parada, y a seguir el asombros viaje.

Cuando tenía poco más de veinte, volvió a sonar en mis oídos ese nombre: el nuevo presidente de Argentina provenía de allí. Nunca supe si era profeta en su tierra. Muchísimos años después tuve una compañera, una joven profesora de matemática, que había dejado su ciudad natal para forjarse una nueva vida. Sin embargo, un día regresó. Nunca le pregunté dónde había sido más feliz.

Me dicen que en Chascomús hay tanta mezquindad como en cualquier pueblo chico, aunque no lo sea. No puedo contarlo de primera mano. La mezquindad se da en todas partes, es lo que me parece a esta altura de la vida. Sólo sé que un poeta me pidió algo y no pude negarme (aunque me prometí no acceder con tanta facilidad a una labor que, aunque apasionante, es difícil y poco reconocida). Acerca de los prólogos, su hechura y sus hacedores, hablaré otro día.

Simplemente pasaba por aquí a decirles que leo y releo el libro de Simón. Y que siento que mi padre aún vive y reniega con el Renault, así que me bajo, atravieso el campo y quedo extasiada frente a la laguna viendo el atardecer.

 

*2020-2021, años de la pandemia de Covid19.
*Simón Esain, poeta nacido en Maipú (provincia de Buenos Aires) y que reside desde 1970 en Chascomús.
*Mordisquito: Bar cultural en Buenos Aires que -mientras estuvo abierto- congregó diversas manifestaciones, ciclos y artistas.
*Chascomús: ciudad argentina ubicada en el interior de la provincia de Buenos Aires, cabecera del partido homónimo.
*Fitito: diminutivo coloquial de un antiguo modelo de auto, el Fiat 600.

 

Laguna de Chascomús
Fotografía: Simón Esain
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LEER COMO UNA FORMA MÁS DE RESISTENCIA

 

 

Primer semestre de 2021, segundo año de pandemia

 

Inauguro una nueva sección en el blog. La de enumerar lecturas, ya sean libros físicos que por alguna razón no reseñé (o sí, pero en otros espacios)  tanto como libros en formato digital.

Y digo otra forma de resistencia, refiriéndome a la pandemia que asola el planeta desde el año pasado y que nos tiene a maltraer.  Los libros iluminan,  bien lo sabemos los lectores.

Desde que comenzó el año, he leído bastante, aunque podría haber sido más.  Parte de ese material me lo ha facilitado la queridísima Biblioteca de Haedo, de la que soy socia desde hace tiempo y en la que incluso he coordinado -junto al escritor moronense Fernando Vega- un taller de lectura.

Rescato títulos como El vino del estío de Ray Bradbury  (que tanto me había recomendado -y con justa razón- la querida María Sueldo Müller), El nervio óptico, una joyita de María Gainza, y la conmovedora El lugar del padre de Ángela Pradelli.

Comencé a leer  a Claudia Piñeiro y no puedo parar; hasta ahora: Las viudas de los jueves, Las maldiciones, Una suerte pequeña, Elena sabe, Un comunista en calzoncillos, Quién no y su renombrada Catedrales.

Otro autor que empecé a frecuentar fue a Martín Kohan. Las tres novelas que leí a esta hora se sacan chispas: la sugestiva Bahía Blanca, la estupenda Segundos afuera y la estremecedora Dos veces junio.

También me tocó el turno de leer a Marosa di Giorgio, su extraño y poético mundo. Hasta ahora tres títulos:  Rosa mística, Reina Amelia e Historial de las violetas.  No había conectado antes con Marosa, pero ahora tengo con su universo una relación entrañable. Aprovecho para recomendar, de paso, el precioso documental sobre su vida, El ruedo en flor de Juan Pablo Pedemonte.

Dos novelas duras e imprescindibles que me debía: Enero de Sara Gallardo y Las primas de Aurora Venturini.

En la Biblioteca del Ministerio de Educación, leí la sugestiva Kavanagh de Esther Cross y en la Biblioteca Nacional, los deliciosos relatos de Tres historias pringlenses de César Aira.

Guillermo Martínez me sigue encantando con su serie policial clásica ambientada en Oxford. En este caso, Los crímenes de Alicia, para aplaudir de pie.

Otra novela que disfruté enormemente fue Adiós Hemingway de Leonardo Padura.

Cristian Vitale escribió hace diez años su ópera prima:  De espaldas. Es una novela poética y bellísima que no ha envejecido un ápice. Esta reseña está en el blog, por cierto. Otra ópera prima reseñada inaugura, a su vez, un proyecto editorial independiente que alentamos: se trata de El elefante negro y el poemario Lo que cae entre la niebla de Fabián Chazarreta.

En poesía, además de picotear aquí y allá, y de lo que ya comenté, tuve la dicha de leer a Valeria Zurano. Insular es un poemario que no defrauda a quienes somos sus lectores asiduos.

Otro poemario que no he reseñado más que para Instagram pero que merece mención es Tundra de Gabriela Clara Pignataro, editado por Años Luz.

Y por hoy me despido aplaudiendo a la queridísima María Belén Aguirre y su obra premiada en 2020 por el Fondo Nacional de las Artes,  Siamesas.

Pueden leer aquí lo que escribí acerca de esta nouvelle poética. Y si prefieren que profundice mi comentario acerca de alguno de los títulos, escríbanme, estaré encantada de hacerlo.

 

https://devenir111.com/belen-aguirre/?fbclid=IwAR2tSxMm0uN7CuivNK77YP7awj4O5eJKD5aaG7fOw09TSgVh_xS0S3ovZoI

 

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Cuando la magdalena en el té nos transporta a un febrero persistente: De espaldas de Cristian Vitale

 

Cuando la magdalena en el té nos transporta a cierto pueblo en un febrero persistente: De espaldas de Cristian Vitale

 

por Alba Murúa

 

 

Cíclica y profundamente poética. Así resumiría la nouvelle de Cristian Vitale. El tema del tiempo en un pequeño pueblo y más, mucho más. Y claro, eso nos lleva inevitablemente a Proust.  Aunque también a Saer y a Borges, de quienes el autor –sospechamos- es lector minucioso.

 

Algunas lecturas llegan a nosotros diez años después. ¿Tarde? Podría ser en algunos casos, pero no en este. La novela de Vitale tiene el sabor de lo atemporal y podría convertirse en un clásico contemporáneo si su autor contase con un agente literario y una editorial de renombre. ¿Los necesita para reafirmar su alta calidad? De ningún modo. Esta lectora sólo lamenta que no haya más público que pueda disfrutarla.

 

 

El pueblo recuerda a otros de la literatura latinoamericana. A medio camino entre la Santa María de Onetti, Comala de Rulfo o Macondo de García Márquez.

Pero es Francisco Madero y, a la vez no, claro. Porque está transformado en un espacio de ficción que trasciende los límites del propio pueblo. No lo conocemos, pero dan ganas de ir allí y buscar el sabor de cada capítulo en sus calles enarenadas.  O esperar el tren que siempre tarda demasiado, embiste o pasa como un sueño.

El homenaje a Yupanqui es hondo y misterioso, se habla de la huella sin nombrarla, y de la música en el silencio. La contemplación se ahonda y dispara certezas metafísicas: Si no nos ven, ni nos oyen, desaparecemos.

Están también por supuesto, los secretos, lo prohibido. El quiebre de las normas rememorado en la transmutación que provoca el monte.

Hermosos los adjetivos y adverbios que homenajean a algunos de los preferidos del autor: borgeano,onettisando, cortazariano, rulfianamente, almafuertianamente.

De Cortázar recordamos el objeto enfocado y tranfigurado, las certezas, las falsedades de las tomas fotográficas. Y no sólo en su poética, sino en una extensa tradición de fotografías que roban el alma o capturan al fallecido, fotografías relacionados con lo recóndito, lo mágico.

En ese último capítulo, encontramos una reflexión acerca de los límites de la palabra:

“… además uno tiene siempre, cuando lo quiere contar, la horrible e impotente sensación de estar mintiendo, como si uno dijera, mirá ayer soñé con esto y esto pero en realidad no era esto y esto sino aquello y aquello y uno lo deja así pero se queda sabiendo que tampoco era aquello ni aquello sino otra maldita cosa, un eso, un otra cosa, quizá, que se escapa por todos lados, que nos queda grande diríamos, que se muere en las palabras, que nace en la noche del sueño y muere en la mañana de la palabra, y que ya empezamos a detestar porque es como si nos sacara la lengua, como si vivieran a pesar nuestro o a nuestra costa, sin que los podamos exteriorizar, o sí, pero a costa de un crimen, a costa de su muerte, qué se le va ser…”

 

Hay un arte en la evocación, el perfume eterno de la nostalgia. Lo que fue, lo que no, lo que quizás.

El tiempo es circular, no lineal. Y ello se reafirma en un perfecto final que sostiene el deleite hasta el último párrafo.

 

 

Cristian Vitale

 

Cristian Vitale es escritor, músico y docente. Nació en la ciudad de La Plata, el dieciséis de febrero de 1980. A los cuatro años se fue a vivir con su familia al oeste bonaerense, a la ciudad de Pehuajó, a veinte quilómetros del pueblo que recrea en su primer libro de cuentos, De espaldas (2010), al que fue obsesivamente cada fin de semana y cada verano. A los diecisiete volvió a La Plata para estudiar. Después de algunos intentos, ingresó a la carrera de Letras en la UNLP, de la cual egresó en 2006. En el 2008 sacó un disco con su dúo Luvina (Luvina), con canciones y arreglos propios, en voz y guitarra. Actualmente ejerce la docencia en colegios secundarios de la ciudad de La Plata y dicta talleres de lectura y escritura. A punto de salir está su libro de poemas en prosa, Canciones a la Virgen. Parte de su obra puede leerse además en su blog de poesía , cuento  ensayo, Al principio fue la Urgencia.

 

Más del autor en su blog:

http://alprincipiofuelaurgencia.blogspot.com/

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De comienzos venturosos: Lo que cae entre la niebla de Fabián Chazarreta

 

De comienzos venturosos: Lo que cae entre la niebla de Fabián Chazarreta

 

 

por Alba Murúa

 

Leer estos poemas y asentir. Claro que tenía que ser este el primer libro de El Elefante Negro.*  Y una entiende porqué a Omar* le complació tanto la poética del autor.

El maestro era bravo y muy poco de lo nuevo le gustaba, pero en estos versos ciertos motivos recurrentes dialogan con su poesía. Dos generaciones:  Fabián no fue exactamente su discípulo, pero hablaban un mismo lenguaje. Un lenguaje suburbano, de clase, pero también universal, un lenguaje puramente poético.

El medio centenar de poemas que componen Lo que cae entre la niebla están impregnados de una sensibilidad profunda, barrial y política, íntima y familiar.

En sus versos, el ser conurbano se codea con las raíces quechuas y una reconoce esa voz dolida de los miles de obreros que ha parido Buenos Aires –aunque vinieran de lejanos parajes- esos miles que son uno solo: el padre del yo poético, o mi propio padre. Claro, no puedo menos que sentirme identificada con tanta pérdida y tanta nostalgia. Están las despedidas;  también la herencia, unas pocas palabras que queman como brasas o unas cortinas que ondean en la noche.  Se suma la furia por los malos gobiernos y el lento desangrarse de las familias trabajadoras.

La resolución de la justa bronca se manifiesta en imágenes que vuelan o recurren al destello de la ironía.

Hay también pequeños homenajes a seres que lucharon por nuestros derechos y a algún ídolo del barrio. Sólo una cosa no hay. Es el olvido, diría Borges.

Y hay pan, el pan material y el simbólico, el que se compra con desmedido esfuerzo, el que se comparte, el que se termina demasiado pronto, el que se sufre y del que no quedan ni las migas.

 

En medio de la pena, pequeñas luces para alumbrar el camino: el flash de la cámara, los refucilos o el rayo, un sobrecito de brillantina y, por supuesto, las luciérnagas, la magia, el amor.

 

 

 

BANCO GALICIA 2002

 

Esas columnas

donde hoy se afirman

los jardines de la usura

alguna vez fueron mías

 

En ellas me froté

la espalda como un gato.

En ellas me eché

como un perro

después de la comida.

 

Entre ellas me hice amigo de los hombres.

 

Esos trozos de carbón en el cajero;

la ingeniería de los cascos

relojeando quien silba en los andamios;

la cal, como un buitre blanco

picoteando el carraspeo.

 

No les debo nada.

 

Llevan mi sangre

haciendo equilibrio

en la punta de un estribo

allí apunta la mano

invisible

que riega la plusválida semilla

 

allí crece la bronca

no el rencor

 

porque abrí una flor

cada vez que cerré el puño.

 

 

 

SI PUDIERA DARTE EL CORAZÓN

 

Antes de que el rocío toque el suelo,

antes de levantarnos a bajar la ropa

y salga esa estrella que siempre sale

del lado frío de la cama.

Si pudiera darte el corazón así:

Antes de la quema del vecino,

de la baba del diablo

flameando sobre el rayo

que fuga la argentata en la lavanda

si pudiera tender

el corazón para tu sí, para tu no.

Como una estrella en tu cabeza

antes de que el rocío

toque el suelo y lo cuelgues

en el jardín en noches oscuras.

 

FABIÁN CHAZARRETA

 

 

 

  • Omar Cao (1948-2019), poeta, editor y maestro de poetas, La Matanza, provincia de Buenos Aires, Argentina.
  • El Elefante Negro: editorial independiente (San Justo,  Buenos Aires), cuyo nombre representa un homenaje a Omar Cao, ya que hace referencia a unos versos de su autoría.

 

Fabián Chazarreta. Lo que cae entre la niebla. El Elefante Negro:  San Justo, 2020.  Prólogo de Eduardo Vardé.

 

Fabián Chazarreta

 

Orlando Fabián Chazarreta nació en San Miguel, Buenos Aires en 1981. Vive en La Reja, Moreno. Es docente de literatura. Autor de algunas canciones y poemas. En el año 2020, El Elefante Negro Ediciones editó «Lo que cae entre la niebla», su primer libro.

 

 

 

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Contemplación y extrañamiento: Paisajes con agua en movimiento de Melisa Papillo

Contemplación y extrañamiento: Paisajes con agua en movimiento de Melisa Papillo

 

por Alba Murúa

 

Como el agua que horada la piedra y se anuncia en el título,  como un manantial, así de transparentes y persistentes son estos poemas de Melisa Papillo que dan más y más a medida que los navegamos. 

 

Leí unas cuatro o cinco veces este libro. No es difícil, dirán, es poesía y se destaca por su brevedad. Pero hay otras cuestiones a considerar. 

La primera lectura fue en formato virtual. La editorial La Carretilla Roja había encontrado el modo de compartir el poemario en plena  cuarentena antes de poder enviarlo en papel. 

Garabateé entonces impresiones, ya pensando en este comentario. Luego traspapelé aquella hoja. Un par de meses después la encontré; coincidió con la llegada del objeto libro y nuevas relecturas, cada vez más fructíferas. 

 

Los documentales y los videos en YouTube son una excusa para filosofar y hablar de poesía. También son cimiento que se despliega en la tarea de una reconstrucción. 

El primer poema sienta las bases del itinerario interior. El libro podría haber sido escrito en 2020, el periplo lo sugiere. Pero ese camino íntimo es de algunos años atrás y nos habla de una vida, de una historia, de herencias, travesías, exilios.

 

El poema homónimo que da origen al título, Paisajes con agua movimiento, En el interior de una roca hay vida Puerperio en Caseros nos parecen el núcleo de esta obra. Cada secuencia es parte de un todo perfecto: el pozo-útero,  el agua cierta y metafórica: lluvia, río, líquido amniótico.  Y la piedra, su certeza, su peso, su perennidad, su transmutación. 

El yo poético nos dice muy bien del extrañamiento de la maternidad, de la metamorfosis, la incertidumbre, la sorpresa de una ambigua soledad. Se  asombra y no; se desconoce, se acepta y observa (el epígrafe de Herzog acompaña perfectamente este devenir). *

Hay de algún modo, un sumergirse en un presente abrumador hasta encontrar la punta del ovillo: que podría ser la relación con lo ancestral, tanto lo propiamente familiar como lo vinculado con la especie humana.

 

Y en ese viaje interior,  surge por momentos la contemplación para posar sobre el barrio una mirada a veces de reconocimiento, otras sutilmente irónica:

 

Tenemos nuestra banda sonora

 

¿Qué más queremos en este conurbano?

Pusimos palmeras, hicimos un barrio tropical

húmedo y sucio.

Las cotorras habitan completamente la tarde. 

 

El mapa que acompaña la edición en papel, más el Atlas en movimiento al que podemos acceder mediante un código QR son detalles encantadores que complementan el conjunto.

 

En conclusión, en tiempos inciertos, estos paisajes de Melisa Papillo resultan una estupenda compañía. 

 

* Tal vez yo quiero ser ese hombre que mira al horizonte y decide salir a descubrir por sí mismo la forma de la Tierra. Werner Herzog

 

 

Puerperio en Caseros

 

I

 

Están cambiando los colores de la noche,

el bebé duerme salteado.

Son las cinco de la madrugada

y en estos tiempos no me gusta el café,

el cielo cae definitivo.

Confundida en tormenta de arena

voy.

En realidad, me quedo hibernando.

Son las cinco y cuarenta de la madrugada

no sé nada sobre mí.

Es la hora en que secretamente

caminamos sin mapa.

Hay en el cielo colores nuevos.

No sé nada sobre mí.

 

II

 

Afuera llueve y sigo en el sillón

no sé qué hora es, ni qué día

hace una semana llueve

más de lo necesario.

No tengo chocolate, no sé

en qué mes estoy. Me aburro.

La perra se esconde bajo la escalera,

no sé nada sobre mí.

Afuera llueve y no tengo paraguas.

Debería hacer algo con la lluvia.

Ya no tengo

cómo frenarla.

 

III

 

Caer en un pozo

ser perseguida por la propia sombra

mirarse adentro pero temblando

son cosas que podrían suceder si

me entrego a la ola que llega

que veo venir, altísima

de esas opacas,

sin la magia de la espuma.

 

Melisa Papillo. Paisajes con agua en movimiento.  Luis Guillón: La Carretilla Roja, 2020.

 

Melisa Papillo

 

Melisa Papillo nació en Buenos Aires en 1984. Escribe poesía, es docente y librera en Mochila de libros. Publicó los libros Paisajes con agua en movimiento (La Carretilla Roja, Argentina, 2020 y Ediciones Liliputienses, España, 2020) y La mecánica de los días (Editorial Simulcoop, 2012).

 

 

 

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Cuando la distancia fue la prueba: 2020

Cuando la distancia fue la prueba: 2020

Resumen de un año inusitado

 

Un año sin abrazos, sin rondas de mates. Un año con muchas pérdidas. De cualquier modo, sé que para muchos ha sido infinitamente más duro. A ellos, mi abrazo solidario. 

 

Pero en este último artículo del año, quiero recordar algunas cosas lindas que nos inventamos entre todos para pasarla lo mejor posible. Hablo desde el ámbito del arte, de la literatura, de la poesía. 

 

Espero no olvidarme de nada ni nadie, ahí va una enumeración que me llena de genuino orgullo; lista desordenada, sepan disculpar. 

 

En Instagram estuve muy activa, lanzando desafíos de escritura y mini cursos en el feed. 

Me animé a refrescar mis talleres virtuales, dedicados ahora exclusivamente a poesía. Fue una experiencia hermosa que continuará durante 2021.

 

En dos escuelas, salí un poco del aula y participé en una coordinando un breve taller de poesía y, en la otra, me dejé entrevistar como escritora por alumnos y docentes. 

 

Participé con mi palabra poética de diversos encuentros virtuales a los que me invitaron, entre ellos: la presentación del último poemario de Ciela Asad. Ciclos:  Leyendo poesía en casa de Anamaría Mayol, Poesía en la pieza de Juan Cruz Romero y Fernando Ayala, Videoteca de Poesía de la Biblioteca Popular Carlos Gardel, Semana de la poesía de la Escuela Portal del Sol. 

 

Fui invitada a participar de dos eventos internacionales que me llenaron de satisfacción:   las Jornadas Virtuales de Arte y Territorio  y el Festival Internacional Tenopoesía (Chile).

Participé además de un homenaje colectivo a Olga Orozco para la Biblioteca Municipal de Morón.

Durante todo el año mis poemas salieron publicados en el blog Mis poetas contemporáneos de Gustavo Tisocco y en la querida revista cultural Devenir 111. En esta última también publiqué acerca de dos sendos y bellos poemarios: el de María Sueldo Müller y el de Jotaele Andrade. 

Y colaboré con una crónica del aislamiento en La Primera Vértebra. 

 

Presenté dos libros: Expulsada del Edén de María Sueldo Müller y Piel de Mariposas de Verónica González. 

 

Aparecimos algunas veces en la prensa local: gracias Diario NCO, 1 Digital y SIC.

 

Otra gran alegría: nuestros libros de la colección Alto Guiso de Leviatán fueron incluidos en la biblioteca virtual del programa Leer en Casa, del Ministerio de Educación de la Nación. 

 

Seguimos formándonos -entre otros- en un precioso curso impartido por Florencia Defelippe para la UNLAM.

 

Continuamos con la actividad del Club de Lectura Mujeres de Latinoamérica.

 

Y concretamos un sueño, nuestro propio ciclo de poesía, junto a las queridísimas Elizabeth Molver y María Sueldo Müller: La Dicha. 

 

Por último, en mi blog no fue demasiado -pero sí muy satisfactorio- lo subido. Aquí los títulos que pueden buscar:

 

Conurbano:  Nosotras en la cultura (acerca del Primer Encuentro de Mujeres Poetas en el Oeste) 

Por qué leer literatura

La novela contemporánea y la mujer protagonista I:

Angélica Gorodischer:  Las señoras de la calle Brenner 

Escribir en cuarentena

Giselle Aronson.  Como si de verdad 

Una pieza poética para ejecutantes virtuosos: Maratón dromedaria de Hernán Lasque

Un concurso de novela de Norma Píngaro y Juan Carlos Nahabedian

Piel de mariposas de Verónica González

Ciela Asad. El triunfo del jilguero, la belleza, el poema

 

¿Quedan pendientes?… ¡Claro!

Principalmente mis poemarios. Había prometido uno para diciembre, pero verá la luz en febrero.

¡Y mucho más!

Será cuestión de seguir trabajando. 

 

¡Feliz año nuevo para todos/as! <3

 

 

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Lanzamiento virtual del Taller Poderosas Poéticas

Lanzamiento virtual del Taller Poderosas Poéticas

 

por Alba Murúa

 

“Lea usted poesía todos los días. La poesía es buena porque ejercita músculos que se usan poco. Expande los sentidos y los mantiene en condiciones óptimas. Conserva la conciencia de la nariz, el ojo, la oreja, la lengua y la mano. Y, sobre todo, la poesía es metáfora o símil condensado. Como las flores de papel japonesas, a veces las metáforas se abren a formas gigantescas…”

 

Así dice Ray Bradbury en su precioso ensayo El zen en el arte de escribir.

 

Y en eso estamos. Desde que escuché de labios de mi madre las primeras rimas, desde que me cantó las primeras nanas. Desde que me enseñó a recitar poemillas para niños de García Lorca o Juana de Ibarborou. Desde que en la escuela descubrí la punta del ovillo de las infinitas posibilidades de la palabra poética y me transformé en una lectora voraz.

Desde que escribí el primer poema que recuerde, a los diez años, un poema para mi padre en que lo comparaba con un olmo (árbol que sólo había visto en sueños, al decir de Bachelard).*

 

Descubrí que la poesía iba más allá de la música (Serrat, Manzi, Spinetta, Heredia, por citar sólo algunos) y del verso: Juan Ramón Jiménez y su Platero y yo;  Saint Exupery y El principito; El cartero del rey de Tagore -una delicia que se deshacía en la boca al decirla-. Era un tiempos de maestras inquietas que me acercaban al coro hablado y a extensos poemas que recitaba sobre el escenario vestida según la ocasión de cada fecha patria. 

 

Luego, en la adolescencia, descubrí la poesía del barro y de la leña crepitando, de las estrellas y de las tormentas. Y el enamoramiento,  la emoción que arreciaba, dolorosa experiencia para una jovencita tímida siempre al borde del precipicio.

 

Todo se volvía poema. Y de tanto leer a Neruda, comencé a escribir una serie titulada “Odas a la lluvia”.  Informada de que demasiados habían tomado el mismo motivo lírico, la dejé. Sin ningún maestro como guía, había descubierto el peligro de la repetición y, después, de la metáfora muerta aunque eso me llevó algún tiempo más. Pero -como cualquier aprendiz- imitaba lo que leía y releía (a falta de poemarios repasaba una y otra vez , los que tenía) así fue que escribí sonetos aggiornados al estilo de Cien sonetos de amor. * 

 

Uno de ellos fue publicado en una revista literaria gracias a Julia, mi profesora de literatura de cuarto año, que apreciaba mi ímpetu. Todavía la evoco leyendo a Machado, a Bécquer, a García Lorca. Y hablándonos por primera vez en nuestra vida del Fondo Monetario Internacional. 

Recuerdo un blazer verde seco que hacía juego con sus ojos, su eterno cigarrillo, su desfachatez al sentarse sobre el escritorio, su ironía, su forma de sonreír. La perseguía por los pasillos, lo que demuestra cuánto necesitaba un maestro que no llegaba a mi vida ya que la sola idea de tener una hija poeta espantaba a mi padre, niño campesino devenido en obrero metalúrgico.

 

Ya había demasiados poetas en la familia, aunque era casi un secreto vergonzoso.  Sólo de vez en cuando uno de mis tíos me recitaba versos y me pasaba libros extraños subrepticiamente.  

 

Luego me puse a trabajar por encargo. Al enterarse mis compañeras de mis composiciones, me encargaban poemas para regalarles a sus novios. Les preguntaba cómo eran y por qué los amaban, escribía el poema a la carta y ellas se lo entregaban como si hubiesen sido las autoras. ¡Dichosa Cirano,* que sólo sufría por sus propios amores no correspondidos! A uno de estos chicos esquivos le escribí un poemario completo, que luego quemé o perdí, como tanto de aquel tiempo.

 

Rayando mis veinte descubrí la poesía erótica, también la que vivía en la prosa, en los grandes clásicos rusos, franceses y la poesía de los grandes autores de la ciencia ficción .

 

Luego llegó el profesorado, como un deslumbramiento que me recordó a cierto profesor de música que me presentó por primera vez a Bach y a Behttoven. 

 

Llegaron a mí organizadamente la amada generación del 27 española en pleno y las vanguardias de principios del siglo XX.  Aumentaron mis lecturas, pero entré en un ambiente docente -no tanto poético- así que, de algún modo seguí siendo autodidacta. Pasé también por una etapa dolorosa y oscura en que reprimí mi vocación, ya que leer a tantos grandes me hacía exclamar para qué,  para qué si hay dos poetas por cuadra solo en mi barrio, para qué si tantos grandes han escrito tan maravillosos poemas.

 

Pero claro, hay que leer poesía todos los días, abona las tierras áridas, desafía la lógica, despega el espíritu de la mediocridad en que amenaza hundirse, nos aleja de la televisión y de lo fútil, porque nada es más pleno, más eterno, más imprescindible más diáfano y difícil, más maravilloso. 

 

Pero -cuidado- si todos los días se consumen malos versos, esos que  copian, que pretenden ser los mejores pero son rimbombantes y melosos, una puede terminar seriamente dañada. Mejor abstenerse: mirar el cielo largamente,  escuchar los pájaros y cuidar el jardín, como decía Baldomero,* porque no se hallará la poesía en malos versos como no puede taparse el sol con las manos (¡vivan las metáforas muertas!)

 

Por eso, después de ver tanta página que se dice poética, tanto muro que chirría, decidí compartir mi experiencia y mis continuas lecturas de clásicos y contemporáneos.

 

¡Pongo en marcha el taller y los/as invito!

 

  • Gastón Bachelard. La poética de la ensoñación.
  • Pablo Neruda. Cien sonetos de amor.
  • Cyrano de Bergerac, poeta francés inmortalizado por la obra dramática de Edmond Rostand (1897).
  • Baldomero Fernandez Moreno (poeta argentino, 1886-1950): Quitar las hojas secas/ a mis plantas,/ tomar la pluma/ y escribir dos versos/ besar tus labios,/ sonreír al hijo…/ No tengo fuerzas para más,/ni quiero. (“Cansancio”).

 

 

¿Querés saber más sobre el taller?

Escribime:

Correo: albamurua@gmail.com

Instagram: @poderosaspoéticas

 

 

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Piel de mariposas de Verónica González

Portada del libro.

Piel de mariposas de Verónica González

 

por Alba Murúa

 

Verónica González.

 

Hace algunas semanas tuve la alegría de ser invitada a la presentación del primer poemario de Verónica González, Piel de mariposas.

Para la ocasión, estuvimos presentes, entre otros, la poeta, la autora del prólogo, Pipi Sbarra, y el responsable de la hermosa edición,  Hernán Vitenberg.

Aquí les dejo mis palabras y un poema del libro:

 

Me asomé al balcón y vi una mariposa blanca. Bajo un sol bellísimo y en pleno junio. Me pareció un muy buen augurio para la presentación de este nuevo libro.

 

Piel de mariposas, leemos. Nos llega así  el título del primer poemario de Verónica González y nos toca, leve.

Leve es el libro, aunque muchos de los poemas se refieran al dolor colectivo;  leve  y bello, perfecta combinación de letras y arte visual.

Bulbo Editorial -exquisitos editores artesanales- nos otorga un volumen físico cercano al libro álbum, al libro objeto. Diferentes calidades y tonos de papel y tres artistas visuales que combinan la fotografía con el esténcil y el diseño gráfico, logran una resultado hermoso para regalar o regalarse. Pero no vayan a creer que es sólo belleza: lo ideológico se funde en la imagen que acompaña perfectamente al poema.

Piel de mariposas. Inmediatamente nos asaltan dos imágenes:

La primera, la del tatuaje que recordamos en una foto de la autora. En su espalda. Una mariposa, claro. Nada de metáforas, literalmente una mariposa grabada en la piel. Sin embargo, no es el único tatuaje: Si nos fijamos con atención, encontramos otras declaraciones.

Un segundo tatuaje es la palabra Poesía, así con mayúscula. Y allí va Verónica con sus alas. Los que la conocemos sabemos bien que es una gran lectora de poesía, especialmente de los grandes latinoamericanos, sobre todo de nuestros grandes poetas argentinos comprometidos con el pueblo. Algunos desaparecidos, claro, durante la última y sangrienta dictadura militar. Esos desaparecidos –todos, no sólo los poetas- están en la dedicatoria, asoman en sus versos y en imágenes junto a otros y otras asesinados del pueblo.

Entonces llega el turno del tercer tatuaje: un pañuelo.

Dice Verónica en la dedicatoria: pañuelos blancos y verdes.

Pero nos referiremos especialmente hoy a los blancos: Madres y Abuelas de Plaza de Mayo sobrevuelan el poemario, sus hijos desaparecidos lo sobrevuelan, como en aquellas marchas multitudinarias  del 24 de marzo* en que ellas, las mariposas, hacían acto de presencia sobre los que caminábamos juntos.

Porque cierta leyenda cuenta que el espíritu de los guerreros más valientes y caídos en combate, vuelve en forma de mariposa. Y parece que también los que amamos pueden sobrevolar nuestra tristeza en esa forma.

Transmutación, metamorfosis, victoria.

Entonces queda claro: el espíritu de combate de la autora, puesto de manifiesto una y otra vez en sus letras y su quehacer cultural, se alza y concreta en estas alas.

Cuerpo y letra se corresponden amorosamente y no hacen falta las metáforas para que la poesía diga presente.

 

 

MOJA

 

No moja la lluvia
mojan los recuerdos,
la mirada indiferente,
el gesto anestesiado.

No moja la lluvia, no.
Moja el río de los pasos quietos,
la transparencia impune,
el agua de la villa.

Mojan los ciegos,
la Patria sin bandera,
los versos de Santoro,
los besos sin esquinas.

No moja la lluvia, no.
Moja la memoria,
Santiago y la desidia,
la trampa del olvido.

Mojan los cómplices,
la sangre en los bolsillos,
el silencio de todos,
las manos asesinas.

Verónica González. Piel de mariposas. Buenos Aires: Bulbo Editorial, 2020.

Verónica González.

 

Verónica González (Caba, 1977). Es Licenciada en Psicología.
Escribió los siguientes trabajos en presentados en Jornadas de Residentes en Salud Mental del Área Metropolitana. G.C.A.B.A., Secretaría de Salud,
Dirección de Capacitación.
“Crimen y castigo” (2007), obtuvo mención en el área clínica infanto-juvenil,
“La prisión oscura de la Libertad”, “Wally está en la web”, “Un amparo contra el olvido” (2009) mención en el área institucional, y “El acomodador” (2009)
mención en el área clínica infanto-juvenil.
Finalista del concurso de Gabriela Mistral “Poesía al amor” participando en la Antología Hispanoamericana Gabriela (2012)
Escribió el prologo del libro “Fósforos gemelos” del escritor Luis Duarte,
Editorial Nuevo hacer. (2014)
Finalista en la Antología de Poesía “Entrelazados”, de Tahiel Ediciones (2015).
Ganadora y finalista en la Antología, “Poemas de la resistencia”, Ediciones
Clara Beter (2016).
-Movimiento cultural y político barrial “Plaza abierta” desde diciembre de 2014-agosto 2016. Actividades culturales en espacios públicos: obras de teatro,
lectura de poemas, recitales, actividades infantiles. Talleres sobre violencia de género e institucional.

-“El balcón”, agrupación cultural, desde diciembre 2017 a diciembre 2019. El objetivo principal de este grupo de artistas, fue apostar al encuentro y a la ternura, en tiempos de redes sociales, a partir de diferentes eventos culturales.

 

Vídeo de la presentación del poemario:
https://www.youtube.com/watch?v=eqG0Yyuh4XM&t=130s

 

Contacto:

Para adquirir el libro comunicarse con: bulboeditorial@gmail.com

 

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Un concurso de novela de Norma Píngaro y Juan Carlos Nahabedian

 

Portada de la obra.

 

Un concurso de novela de Norma Píngaro y Juan Carlos Nahabedian

 

 

por Alba Murúa

 

 

Estamos ante una novela que se lee de un tirón, que atrapa y deleita.

Con prólogo de Alba Yaber y en plena pandemia 2020, nos la presentan sus autores.

Con los más conocidos recursos del género pero sin embargo, fresca y actual. Guiños y homenajes a Cristhie, Poe, Denevi, entre los que pudimos reconocer. 

 

Acertados intertextos, más la relación entre la lectura y los lectores, entre estos y los escritores. La formación en psicología de la  autora aporta hondura y verosimilitud a los personajes, sin que ello resulte  pesado ni indescifrable. 

La presentación clásica de los protagonistas no le quita méritos, cada uno es un punto perfectamente anclado, una delicia. Los raccontos son justos y precisos y otorgan hondura a la caracterización. 

El argumento nos presenta una editorial y sus recursos de marketing. Un concurso turbio por donde se lo mire. La curiosa selección – y personalidad- de los jurados. Y misterios varios, entre los que destacan un asesino serial de antología. 

Aunque la obra nos ofrece varios elementos del policial clásico con pinceladas del negro, también está repleta de ironía y, por momentos, de humor delirante e hiperbólico que nos recuerdan a Aira. No falta un cierto burlarse de uno mismo, muy acertado. Nos hemos reído en grande en varios pasajes y  eso en estos tiempos se agradece muchísimo.

Dos autores y un libro para no perderse. 

 

«… En la biblioteca poseía más de cinco mil libros, la mayoría en su idioma original. No eran meros adornos, los había leído todos, algunos más de una vez. Sin embargo, su lugar preferido era el taller de imprenta donde restauraba viejos ejemplares.
Ahí el tiempo transcurría sin angustia, trabajaba relajado
en perfecta comunión con los elementos que utilizaba, era diestro en el manejo de los diferentes artefactos. Distinta era la ansiedad que lo dominaba en el escritorio de la biblioteca cuando tecleaba alguna historia en la vieja Rémington. Ahí el tiempo era su enemigo y la urgencia por terminar un texto lo alteraba al punto de perder la calma y pedirle perdón a los fantasmas que lo asolaban. Nunca tuvo éxito como escritor,
él atribuía el fracaso a la cantidad creciente de gente que no leía, la mayoría impulsada por una tecnología absorbente. Mis perversos enemigos, solía pensar al referirse a ellos. «

Un concurso de novela (fragmento).

 

Los autores:

Norma Píngaro

 

Norma Píngaro

Nací en Buenos aires, me recibí de psicóloga en la UBA, hice un posgrado en psicoanálisis en el Htal Posadas. Soy especialista en Psicología clínica de adultos con orientación psicoanalítica, docente de posgrado y doy cursos virtuales para colegas.

Siempre me gustó leer. Me recuerdo en el patio de mi casa leyendo El cura de mi aldea, de Fernández Perez, María, de Jorge Isaac y tantas otras novelas.

Tenía nueve años y había fallecido mi abuela, mi segunda madre. La lectura me permitió refugiarme en un mundo imaginario que me quitaba el dolor. A los quince ya había leído a Rayuela, Papillón, a Sartre. Una lectura desordenada y poco metódica, hecha de oleadas de entusiasmo.

Publiqué varios libros, algunos de literatura, poesías, cuentos, algunas antologías, otros de psicoanálisis. Suelo escribir artículos también. Esta es mi primera novela.

Coordiné varios talleres literarios y fui correctora de varias publicaciones.

Mis autores favoritos son: Hebe Huart, Claudia Piñeiro, Gioconda Belli, Hakura Murakami, Liliana Heker y Julio Cortázar, entre otros.

Últimamente me interesa la temática feminista así como los ensayos filosóficos sobre la actualidad.

Contacto: normapingaro@hotmail.com.ar

Facebook: Norma Píngaro
Instagram: @normapingaro

 

Juan Carlos Nahabedian

 

Juan Carlos Nahabedian

 

Nací en Buenos Aires el 3 de marzo de 1947. 

Viví veintiocho años en Remedio de Escalada.

Cursé estudios universitarios en la UBA y me recibí de Ingeniero Electrónico.

Residí en Chubut (Comodoro Rivadavia), Tierra del Fuego (Rio Grande), Neuquén (Cutral Có), Santa Cruz (Cañadón Seco), Mendoza (Malargüe) y siete años en El Tigre, estado de Anzoátegui en el llano venezolano, contratado por una empresa americana.

Cuatro hijos y dos nietos a los que adoro.

Comencé a escribir cuando hice el servicio militar en Zapala a los veinte años, cuando el único contacto con los afectos eran las cartas. Al principio crónicas de mis actividades, luego se transformaron en algo más, cuentos, poesías y en cualquier cosa que subiera a mi cabeza.

Antes sólo era un muy buen lector, un devorador de libros, del tipo de no dormir hasta llegar al punto final. Creo que el récord por cantidad de hojas lo tengo con Dune de Frank Herbert.

Desde que tengo memoria leo. Una de mis tías cuenta que cuando era pequeño, tres o cuatro años, recitaba los textos de los carteles de propaganda que se cruzaban en mi camino. Yo creo que reconocía las imágenes y nombraba el producto.

Considero que para escribir primero hay que leer. Mis autores favoritos, Tolkien, Pessoa, Borges, Donoso, Hughes, Le Guin, Lovecraft, Márquez; variado. Aunque el libro que me hubiese gustado escribir es Flores para Algernón de Daniel Keyes.

Como autor publiqué antologías compartidas con otros autores. En soledad Antes que toque el suelo (2017)

Con Norma comparto, como autor, dos libros, uno de cuentos A la sombra de un Dios ausente y Un concurso de novela. Una vez gané un primer premio en un concurso de relatos exotéricos, con el cuento, El hombre sin nombre, creo que en 1997. La anécdota es que yo no lo mandé, lo hizo un amigo, casi un maestro, compañero del taller literario porque no lo entendió. Yo me enteré del concurso el día que anunciaron al ganador.

Como diría un famoso personaje animado: Esto es todo gente… Por ahora, agrego yo. 

Página: nahabedian.wordpress.com

Contacto: concursodenovela@gmail.com

 

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