Leandro Alva. El maxilar de Gardel
por Alba Murúa
Comenzás la lectura con ciertos preconceptos. Será por el título y el arte de tapa, será por el ácido humor del autor. Entonces, esperás algo un tanto más liviano, más tango de salón; a lo sumo, discepoliano de a ratos.
Pero Alva se descuelga con este libro profundo y estremecedor. La violencia y el miedo, como un dúo que baila un tango desencajado. Pero es una pista completa: vislumbrás a unos metros a otra pareja, el sueño y la vigilia.
Más allá, el olvido sostiene con firmeza la espalda de la memoria para que esta se luzca en una serie de ochos.
Casi podés escuchar el bandoneón. Aunque el avión -de Gardel- cae, sigue cayendo a pesar del acto imposible: ¿o no canta cada día mejor?…
Se habla mucho hoy de lo que se escribe en el conurbano, de la marca conurbanera en el artista conurbanero, la nueva vieja orilla. Orillero resulta el autor en muchos de estos versos -claro que comenzó al sur el tango, ya lo subrayó Borges- . Orillero por el uso de un lunfardo centenario y renovado, orillero por cómo se planta su poética.
Con y a pesar de Praga, sin desprenderse del todo de su sonrisa irónica, Alva le da una vuelta de tuerca al tango, que vuelve sin remedio desde el sur de la gran ciudad en una ola lírica; llanto y belleza que abre el juego a los más jóvenes y retorna, para los que ya no lo somos, a la nostalgia de nuestras raíces.
Un libro agotado por el momento, esperamos su pronta, necesaria reedición.
Piringundín
Escarbo la basura
con las manos de otro
para cosechar
la indigencia
que deja el ruido
de tus tacos altísimos.
Quiero masticar
su alfiler
a plena luz.
Milonga que peina canas
a Eduardo Espósito
La luna
tiene el mismo color
que la estafa.
No estoy seguro
si avanzo
en contra del viento
de las palabras
de un Magiclick abandonado.
No duermo,
dormir es para flojitos.
No sueño,
soñar es para maricas.
En la calle
persiste un olor
a churrasco quemado
y a otras cosas
que arden.
Son las 3 am.
Una ventana
se ilumina todavía;
detrás de los visillos
Edmundo Rivero
canta una milonga.
La letra es de Cioran.
Migral
a la memoria de
Hebe Uhart
Nadie se imagina
que en la mochila llevo mi cabeza.
Me la corté hace un rato
porque no me dejaba pensar
(no existís, Descartes).
Está bien rasurada, eso sí,
me gusta cortar por lo sano
prolijamente.
Ahora estoy esperando
en la cola de un cajero automático
y todos me miran
el cuello trunco, sin remate.
Los puedo ver a través
de una hendija
en el cierre gastado
de tanto abrir y cerrar
mis ojos rengos.
Nadie imagina
el contenido de la mochila
salvo un pibe
38
que parece haberme
oído al pasar
silbando bajito
una de Clapton.
Leandro Alva. El maxilar de Gardel. Rosario: Del Trinche, 2019.
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